va, está sentada junto al lago en un momento inusual. Sobre ella se cierne el hilo de luz último del día abrazado a la noche tendida delante suyo como una capa infinita de oscuro.Maria ha sido muy feliz ese día como en otros días, pero ese día tal vez debía ser el último. Las noches siempre comenzaban como si fuera la última pero escapaban a ese presagio con ese hilo de luz primero del sol nuevo. Hoy, es como siempre, las aves se escapan a sus nidos, los árboles apagan su color sin abandonar sus copas agitadas, los animales se guarecen para descansar y otros salen a cazar dando otro ritmo a otra luz oscura, el aire se hiela y los enfermos se retraen en su febriles lechos hasta la ansiada recuperación. Todo esto es así pero dura para siempre porque así es este momento. Eva sabe que los ritmos se están alternando y que la quietud del lago no es más que un contínuo que brota desde las profundidades siempre oscuras hacia el mar por túneles subterráneos, puede oir a los animales volviendo o saliendo ahora. La luna también parece quieta y su blancura opaca refleja sin dilación la misma blancura. Si, es como eran otras veces, como siempre hasta el hartazgo de sus ojos y ceden sus párpados, y se duerme sin saberlo mecida por los ciclos. De pronto, la despertó el Silencio y vió todo Eterno. Quienes siguen viendo el hilo último del día dicen conocerla por su rostro feliz y su mirada perdida. Dedicado a Maria Weijnitz, Vilassar de Mar.
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