Donnerstag, Oktober 20, 2005

Mi Papá




igo leyendo a Kierkegaard, estoy impresionada por su soledad, su ostracismo para desarrollar sus ideas. La lectura me transmite esta dificultad, y también su gran disfrute en su espacio mental cuando "trabajaba". Esa soledad me la nombraba mucho mi padre, me hablaba de no encontrar con quién dialogar sobre los libros que leía, y lo peor, cuando lo alababan. Muchos le admiraban, sabían que era un gran lector, culto y sobre todo, generoso, cuanto más lejanos a él, más desconocidos, más generoso. En sus últimos años, conservando una amistad que a pesar de los torbellinos ideológicos que creaban la mantenía como tabla salvadora en el naufragio intelectual que le rodeaba, encontró una veta donde ejercer sus inquietudes, fue "hacer servicio". Formó parte de la fundación de una biblioteca del barrio, le entusiasmaba la idea de crear un espacio donde crecen los libros como árboles en un bosque, le conmovía que deseen visitar y leer las palmas de aquellas hojas. De todos modos siempre, los años no le quitaban sus amores más dorados, mantuvo la idea de la colectividad como modo de vida digno, la cooperación, la solidaridad, el desinterés, la equidad. Esto último no le ahorraba desilusiones... lo suficiente frecuentes para crear una leve pero sostenida tristeza, que desparecía igualmente ante el mínimo rayo áureo con una explosión de alegría en agradecimiento al tímido sol. Su mundo externo lo justificaba sus amores, su familia, allí también intentaba sembrar bosques. Pero es cierto que donde profesaba su verdadera madera era en las discuciones entre músicos, poetas, escritores, artesanos, y camaradas; por supuesto ejercía también de consejero en particular en la familia (creo que tuvo más éxito que como jardinero).
Así lo recuerdo hoy. Mi papá.
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