ra medio día y se encontraba en su silla de ruedas dirigido su cuerpecito hacia la luminosa ventana que ofrecía el paisaje plano sosteniendo fábricas entre arboledas. La rodeaba en el comedor sus compañeros de suerte en aquel hospicio. Las enfermeras nos avisaron que desde la noche tosía y presentaba algo de mucosidad por lo que por el momento le dieron una medicación sólo para controlar la fiebre, fiebre que normalmente es imperceptible en los ancianos. Luego de ver todas las alarmas de la noche y ordenar los pacientes a ver fuimos a verla con nuestros estetoscopios y bolso de medicinas. Así la encontramos iluminada por la mañana como un árbol lleno de nudos de tiempo con sus ramas vueltas entre sí para ahorrar savia, blanco de tanta corteza deshidratada por los vientos. Mi compañera la saludó por su nombre, le hizo una caricia sobre su hombro a pesar de no ver su rostro encorvado sobre su pecho, apoyó la campana en su espalda buscando el aire turbulento, mientras yo palpaba su muñeca buscando el golpe de vida ya esquivo. Quisimos escuchar y sentir sin decirnos nada, excepto cuando el instinto clínico empujó nuestras miradas a que se buscasen para encontrarnos sin preguntar sólo con nuestras respuestas. Ella palpó el cuello para confirmarme, yo bajé al rostro encorvado para preguntarle encontrándome solo como respuesta sus ojos fijos y opacos sin mirada. Mi compañera y yo nos juntamos denuevo y aseveramos. La despedimos llevándola donde comenzarían a despedirla luego sus seres queridos, levanté su tibio cuerpo para apoyarla denuevo en nueva cama, era lo único que podía hacer por ella aunque ya no estaba, ya no era ella, sólo nosotras dos seguíamos aquí con la humanidad y la ventana iluminada. Fué mi primera vez: A. J.
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